Ha muerto Tomás. Tomás era un cazorleño a quien conocí en la mili a finales de la década de los setenta. Cuando me dieron su pueblo por destino volvimos a encontrarnos. Nos veíamos de vez en cuando y charlábamos un rato. Me contó que, tras el campamento, lo destinaron a artillería y allí lo colocaron de pintor. Para él, que jamás había salido de su Cazorla natal, fue una época feliz, seguramente la más feliz de su vida.
Tras la mili volvió al pueblo, para cuidar de una madre de la que siempre supe que era octogenaria y enferma. No conoció mujer. A él le hubiera gustado tener una novia y seguramente hijos, pero era tímido, poco echado para adelante y en nuestra época las mujeres no venían a buscarte si no las encontrabas tú.
Creo que no fue feliz, salvo con su brocha de artillero.
Tomás era jornalero. Trabajaba en la campaña de aceituna y en algún empleo esporádico, barriendo las calles, que el ayuntamiento le proporcionaba muy de tarde en tarde. Era un buen hombre, que no tuvo suerte en la vida. Tampoco la tuvo en la muerte porque se marchó, con sólo sesenta años, tras un repentino ataque al corazón.
Ha muerto Tomás. En un mes hará un año de su muerte, pero yo me he enterado hoy. Se marchó sin hacer ruido, tal y como vivió. Lo he sentido en el alma. Lo he sentido como si se hubiese muerto ayer. Descansa en paz Tomás, que la tierra te sea leve.
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