Puede decirse que Gethsemaní forma ya parte de la memoria histórica de la cofradía. En sus páginas se plasman hechos y opiniones que, en un futuro, ayudarán a conocer la evolución de la hermandad a lo largo de los años. Dentro de algún tiempo los estudiosos de la Semana Santa podrán consultarla y, completando datos con nuestros libros de actas y el balance que anualmente hacemos en el Anuario “Úbeda, Imagen y Palabra”, llegarán a conclusiones alejadas de cualquier margen de error. Como estos tres elementos se han convertido en los biógrafos de nuestra cofradía, es importante dejar en ellos constancia escrita de todo. No quería, pues, dejar pasar este año sin que quedase escrito algo sobre uno de los capítulos que menos se ha tratado. Me refiero a todo lo relacionado con nuestra caseta de feria y, en especial, al trabajo de las mujeres en su cocina. Se trata de una labor fundamental, silenciosa y casi anónima.
Desde la barra nosotros pedimos. Pedir es muy fácil no lo es tanto dar y son ellas quienes tienen que darnos los platos que han elaborado, si es posible en un tiempo record, para poder atender las demandas del cliente hambriento y, normalmente, impaciente.
Nuestras mujeres pasan el día de pie, entre pucheros, calor y humos. Son las primeras que empiezan a trabajar y las últimas en marcharse. En muchos casos, porque alguien se cae de la lista de forma inesperada y a última hora, las encontramos en número insuficiente para el trabajo que tienen que desarrollar y todavía les queda amabilidad, y una sonrisa en la boca, para ofrecerte algo de comer cuando, a deshoras, ellas todavía no lo han hecho.
Esas mujeres son el “alma mater” de la caseta, aunque tal vez sería más exacto afirmar que son el “alma mater” de la cofradía, de una cofradía que si no fuera por los ingresos que ellas se trabajan, no podría garantizar las obras de caridad ni la conservación e incremento del patrimonio artístico.
¡ Lástima que existan tan pocas mujeres dispuestas a trabajar, desinteresadamente, por la causa en la que creen !. ¡ Qué pena que algunas de ellas tengan que acudir a la cocina varios días durante la feria !. Con esa calidad humana que tienen nuestras hermanas de cofradía, si no fuesen tan reticentes a ciertas cosas... ¿quién nos iba a parar?.
Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros. Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados. Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartid...
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