Leo, en la edición del día 29-7-07 de Ideal Digital, la noticia de que los alcaldes de las pedanías de Ubeda, excepto San Miguel, han sido designados por elección democrática entre los vecinos censados en esas pedanías. Evidentemente no pongo en tela de juicio la legalidad de esa elección dado que se ha realizado, como mandan los cánones, por la vía del sufragio universal en el que he creído firmemente desde los tiempos de la dictadura franquista. Lo que me llama la atención es el comentario que viene a decir que los habitantes de esas pedanías no se han sentido, hasta la fecha, representados por los pedáneos anteriores. Estos fueron nombrados por don Juan Pizarro y evidentemente pertenecían a su signo político. La lógica lleva a concluir que, si estos habitantes no se sentían representados por militantes o simpatizantes del PP es porque congeniaban con el PSOE.
El PSOE local tenía muy claro que los habitantes de las pedanías simpatizaban mayoritariamente con su opción política, (el dato es fácil de cotejar con los resultados de las mesas electorales de las pasadas elecciones locales). Por este motivo y no por otro la elección de los pedáneos se ha realizado por la vía democrática. Como digo anteriormente, se trata de una vía respetable por ser democrática pero no deja de ser un brindis al sol. No creo que don Marcelino Sánchez hubiese optado por esta vía de tener la certeza de que los posibles electos le iban a hacer oposición. Por este mismo motivo don Juan Pizarro los designó personalmente. Se trataba de que los pedáneos sintonizasen con el PP.
Somos muy mayores como para que intenten "vendernos la moto". El supuesto espíritu democrático de don Marcelino Sánchez, en el caso que nos ocupa, no cuela. Salía con las cartas marcadas. Jugaba con ventaja.
Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros. Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados. Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartid...
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