He entrado en el bar, a tomarme una manzanilla, porque tenía
el estómago un poco revuelto. Me he apoyado en la barra y mientras me la
servían he visto quejarse de su desgracia a una mujer. Su expresión lánguida
denotaba cierta tristeza, casi abatimiento. El hombre que estaba a su lado se
interesaba por sus problemas. Creo que era un interés insano. Ella se
desahogaba contándole sus desgracias y él fingía consolarla. Otro hombre la
miraba con atención, mientras desvelaba íntimas cuestiones, y una mujer gesticulaba
y hacía muecas de desaprobación. El volumen del televisor estaba apagado y los
subtítulos decían que su marido la había destrozado anímicamente, que sólo le
había dejado deudas y cuatro hijos. En el bar un televisor encendido y sin
volumen parece que hace compañía, pero lo cierto es que nadie lo miraba. Unos
jugaban a las cartas, otros charlaban y otros leían la prensa y aquella mujer
seguía desgranando sus ruinas en forma de subtítulos televisivos. Yo he pensado
que seguramente lo hacía porque le pagaban por ello. Alguien con un mínimo de
decencia no contaría ciertas cosas íntimas ni por dinero, pero es cierto que
existe gente sin moral y con la ética justa como para ser capaz de hacer
cualquier cosa cuando la acosan los bancos. Yo miraba el televisor, intentando
adivinar lo que contaba la mujer del famoso hermano de una famosa, mientras
pensaba en lo poco o nada que me importaba lo que aquella mujer estuviera
contando. Tampoco alcanzaba a comprender que pudieran interesarle a alguien los
trapos sucios de una mujer con la que jamás cruzaremos palabra. Luego me ha
venido a la mente el sonido de las mirillas, que giran descontroladas cuando
sales del ascensor en un bloque de vecinos. He llegado a la conclusión de que
España es un país de chismosos y de incultos, que prefieren perder el tiempo
tras una mirilla o ante la “telebasura”. Me he quedado más tranquilo cuando la
camarera me ha puesto la manzanilla y he bajado a la realidad: a mí aquello me
parecía esperpéntico y humillante. Humillante no sólo para quien cobra por
contarlo, sino para toda esa gente que mantiene los televisivos niveles de
audiencia por el morbo de escuchar la ruina moral de gente a la que ni siquiera
conoce y cuya vida no tiene ningún tipo de interés.
El pasado mes de enero Zapatero presentaba, a bombo y platillo, su “Plan Español de Estímulo de la Economía y el Empleo” al que, para abreviar, el Gobierno ha denominado “Plan E”. Con él se dotaba a los ayuntamientos de unas partidas económicas de carácter extraordinario, en razón a su número de habitantes, para realizar obras en los pueblos y ciudades de España, a la vez que se pretendía aprovechar estos fondos para crear empleo. Yo al “Plan E” siempre le concedí el beneficio de la duda ya que, si bien es cierto que gracias a él van a acometerse muchas obras que seguramente de otra manera no se harían, no es menos cierto que el empleo a crear será escaso y durará muy poco en el tiempo, lo cual no deja de ser pan para hoy y hambre para mañana. Hoy en día, con la mayoría de esas obras en marcha y vistas las empresas a las que dichas obras han sido adjudicadas, estoy convencido de que el famoso plan no es más que otro conejo que el ilusionista ZP se saca de su concurrida chistera como me
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