La noche de la ilusión la llaman. Para algunos de nosotros sería una noche más, si no fuese porque nos alegramos con la felicidad de esos niños ajenos a quienes vemos mirar a los Reyes con cara de asombro. Estamos en tierra de nadie. Ni somos niños, que esperan a los Magos de Oriente, ni somos padres, que preparamos con amor y emoción los regalos de los hijos. Los nuestros ya están crecidos y creen en muy pocas cosas. Estamos en tierra de nadie. Lo hablaba esta tarde con un amigo. Nos queda esperar a los nietos para volver a ser protagonistas de los recuerdos que hoy ya no están. Cuando llegue ese momento supongo que seremos viejos. A ciertas edades todo nos cae mal: no ser niños, no ser padres y pensar en llegar a ser viejos. Es la vida, que pasa sin nuestro permiso, sin que nosotros le hayamos pedido que corra tanto.
Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros. Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados. Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartid...
Comentarios