La gente le ríe la gracia al tal Francisco Nicolás Gómez Iglesias ("pequeño Nicolás", lo llaman). A mí, en realidad, no me hace gracia ninguna. Me parece un sinvergüenza y un farsante, un tipo sin ética y sin moral, un vividor, un fraude y un individuo sin escrúpulos. Si ya lo es, cuando todavía no ha salido del cascarón, no quiero imaginarme en lo que puede convertirse con, por ejemplo, veinte años más. Me pregunto si hay muchos tipos como éste en un país, como el nuestro, plagado de pícaros. Si les damos cancha, volveremos a tener una generación de dirigentes corruptos, deshonestos e indecentes. Si no los arrinconamos, los desprestigiamos, los catalogamos como merecen y los arrancamos de raíz, como si de una mala hierba se tratase, España seguirá siendo un país de conseguidores y de truhanes de los que nuestros hijos serán víctimas, como hoy lo somos nosotros de una clase dirigente, (no sólo hablo de políticos), mayoritariamente corrupta.
Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros. Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados. Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartid...
Comentarios