Una amiga de mi hija, que es veterinaria, trabaja ocho horas diarias más guardias cuando le tocan. Gana 150 euros al mes. Le digo a mi hija que quién costea a su amiga, que vive desplazada muy lejos de su casa y me contesta que sus padres. Le hago ver que son condiciones de esclavitud y me dice que lo sabe, pero que su amiga pone dinero a costa de adquirir una experiencia que le piden en cualquier trabajo al que aspire. Una chica, con un título universitario, que es explotada de esa forma por un empresario a mí me parece una humillación, una inmoralidad. Mi hija, (que gracias a Dios tiene un trabajo digno), dice que así están las cosas y que si su amiga deja el trabajo siempre hay alguien esperando para cogerlo, incluso en esas condiciones de esclavitud, todo sea por la experiencia. Supongo que es uno más de los muchos trabajos-basura que hay en nuestro país y que sólo sirven para hacer decrecer las listas de parados. Supongo que ha ido a dar con uno de los empresarios sin moralidad y sin escrúpulos que campan a sus anchas por España, pero también supongo que esas cosas se pueden hacer, que son legales, porque nuestra normativa las permite. La pena (y lo más duro) es que casos como el de la amiga de mi hija conozco algunos más y conozco a gente que trabaja en precario, a tiempo parcial, echando la jornada completa y con salarios que dejan por los suelos la dignidad profesional y la autoestima de una persona. Hoy, en nuestro país, abundan los "minijobs" y entre tres personas suman un sueldo decente. Por eso no se recauda. Si ganas poco o casi nada, ¿cuál va a ser tu contribución al Estado? Mientras estas cosas se permitan España no despegará económicamente, seguiremos siendo un país de camareros, muchos de los cuales cobran en negro y nuestros universitarios serán explotados, por gentes sin escrúpulos, con la complicidad del gobierno y de sus leyes. Podremos ganar medallas en las olimpiadas y meterle 8 goles a Liechtenstein pero eso no es suficiente para sentirse orgulloso de ser español. España tendría que tratar bien a sus ciudadanos. Mientras no lo haga, resulta imposible llevar alta la cabeza.
Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros. Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados. Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartid...
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