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VIOLENCIA Y PARASITISMO EN LA ESCUELA

Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros.

Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados.

Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartidas relevantes en cuestiones educativas.

Amparados por sus padres, suelen acudir al colegio a molestar, cuando no a agredir, a otros alumnos y nunca llevan ni el mínimo material imprescindible, que te piden se lo regales tú, porque están acostumbrados al todo gratis y a pesar de que en su casa no faltan los últimos aparatos tecnológicos, ni las suscripciones a Netflix.

Los problemas, que antes aparecían en el Instituto, han llegado ya a la escuela, porque los malos hábitos se extienden como la pólvora cuando nadie les pone coto y porque hay un par de generaciones crecidas en el parasitismo y en el todo vale.

Por el momento no hay intención de parar esta epidemia, porque no hay que molestar, ni incomodar a esta gente, que también vota. Los docentes no tenemos ninguna autoridad ante la sociedad, ni ante la administración educativa y mucho menos ante unos padres que amparan a su hijo incluso ante las acciones delictivas de éste.

Evidentemente estos niños deben estar escolarizados pero habría que castigar a los padres, pidiéndoles para seguir manteniéndolos, algo más que un certificado de asistencia, emitido por el colegio. Habría que exigirles un certificado «de buena disposición», ni siquiera de buenas calificaciones, pero sí un informe, avalado por el equipo docente, que deje claro que llevan el material y que muestran una actitud positiva.

He tenido alumnos a cuyos padres auguré el mal final que han tenido. Si somos capaces de detectar esto, deberíamos también saber aplicar la medicina.

Cuando esto se nos haya ido definitivamente de las manos habrá que buscar soluciones, pero tendrán que ser drásticas y seguramente poco eficaces, por llegar muy tarde.

Hago estos razonamientos a la vista de la noticia que informa de abusos a una niña, en la Piscina Municipal de Úbeda, por parte de un grupo de niños de entre nueve y catorce años. Demasiado pequeños como para que ya se nos hayan ido de las manos (definitivamente, además).

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