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NIÑOS DE PAPA


Siempre tiene uno la percepción de que el tiempo transcurre demasiado deprisa. Cuando ahora pienso en los avatares que ha sufrido la Cofradía de “La Sentencia”, desde que se gestó la idea hasta su primera salida, veo que no en todos los casos la vida corre tan inexorablemente. Tengo la sensación de que fue hace muchísimos años cuando un grupo de niños ubetenses decidió fundar una hermandad y, sin embargo, sólo fue a comienzos de los noventa cuando Fran, Manolo y Pedro, junto con otros amigos, adoptaron la decisión de regalar a nuestra Semana Santa una cofradía penitencial. En 1990 fundaron la Asociación Cultural BARLOMU que serviría de tapadera a unas actividades “semi-clandestinas” cuyo verdadero fin era fundar una cofradía. Tenían entre 12 y 13 años. Cuando hoy miro a mis alumnos de esa misma edad, no los imagino capaces de una gesta de tal magnitud. Entonces me sucedió igual. Jamás llegué a creer en aquella iniciativa. No, no soy ningún bicho raro y mucho menos un desconfiado. La verdad es que, dicho sea de paso, casi nadie creía entonces en “aquel caprichito de nenes bien”. Comentábamos, con cierta sorna, que “serían unos niños de papá, con bastante serrín en la cabeza y pocas preocupaciones” los que podían idear algo tan descabellado. ¡Nada menos que el momento en que Jesús fue sentenciado!. No podían haber buscado otro momento de la pasión menos multitudinario. No sé... cualquier momento en el que Jesús estuviese solo o con un par de discípulos a lo sumo. Eran muchas imágenes, mucho dinero, un enorme trono, (¡querían sacarlo a hombros!), no tenían iglesia, ni cura que los amparase, eran “cuatro gatos” y además el Obispo Aracil no estaba por la labor...

Ahora sé por qué me parece que ha pasado tanto tiempo de aquello: ...por las zancadillas. Sí, sí por esas zancadillas que la propia jerarquía eclesiástica les puso una y otra vez con la singular perseverancia que caracteriza a muchos sectores anti-cofrades. Estos niños, como Jesús, caían ante esas zancadillas y volvían a levantarse como si nada hubiese pasado. Ante la perseverancia clerical, ellos respondían con una tozudez impropia de la edad. También recibieron reveses que venían del propio mundo cofrade, pero ellos ni se inmutaban. Con una madurez impropia de la edad, tenían tan claros sus fines que volvían a levantarse mientras la caída les proporcionaba heridas que cicatrizaban con prontitud y nuevas fuerzas para seguir en su empeño. Sólo ellos saben la verdad de las desilusiones y desengaños sufridos en el azaroso camino.

En 1997 fueron grupo parroquial. Aquel asunto tomaba otros tintes. Parecía que la cosa iba en serio e incluso sus detractores los admitieron, muchos de ellos de mala gana, en el seno de la Unión de Cofradías. Algunos empezamos a creer en ellos.

Querían tener un Cristo y se apuntó alto. No se conformaban con contactar con un aprendiz de escultor, de esos de tres al cuarto, que te “venden” una imagen a precio de saldo con tal de ver procesionar alguna de sus obras. Creo que la imagen de Cristo fue regalo de un donante anónimo. Orientaron los pasos de ese donante hacia a Sevilla. Nada menos que se buscaron las inspiradas manos del gran maestro José Antonio Navarro Arteaga. Decir Navarro Arteaga, en el mundo cofrade, significa pronunciar palabras mayores. Hablar del joven y maduro Navarro es hacerlo de la conjunción de la serenidad con el equilibrado movimiento, es nombrar a uno de los mejores escultores contemporáneos que pasará a la historia como uno de los más grandes del tercer milenio. No hay otro Cristo en Úbeda que inspire tanta devoción como el de “La Sentencia”. Si hoy mismo, en el año 2003, se hubiesen dirigido a Navarro Arteaga para que les hiciese un paso de misterio, hubiesen tenido que esperar largo tiempo en una interminable cola y no estoy seguro de que la empresa hubiese llegado a buen puerto, por motivos económicos. Estos “niños de La Sentencia”, tuvieron intuición, visión de futuro y contrataron a un escultor que comenzaba a despuntar, al que se le veía un brillante futuro y cuyos honorarios son ya hoy prohibitivos.

Una imaginería de tan hondo calado necesitaba de un buen “barco” para soportarla. El trono también debería ser de primer orden y volvieron a no escatimar esfuerzos. Cuando esté acabado no habrá otro de tanta categoría en Úbeda. Esa categoría única viene dada por el prestigio de su autor. Manuel Guzmán Bejarano es un grande de la arquitectura en madera. La crítica lo idolatra, los que conocemos su obra estamos enamorados de ella y los ubetenses irán descubriendo el arte que destila su sevillano taller, a medida que vayan concluyendo las diferentes fases de un paso cuya grandeza ya puede intuirse.

El 24 de octubre de 1999 nacía, para Úbeda, una nueva cofradía que hacía su primera estación de penitencia en la Semana Santa del año 2000. Naturalmente yo no estaba dispuesto a perderme aquella primera salida. Así debió pensarlo una gran cantidad de ubetenses. Los alrededores de Santa Teresa estaban abarrotados de una muchedumbre expectante ante aquella primera salida. Decir “yo vi salir, por primera vez, a La Sentencia”, no es cualquier cosa. Pensábamos verla ese año, en su primera salida, y a otra cosa. La iglesia no daba mucho juego para una salida “en condiciones”. Un edificio moderno, en un barrio moderno y de poca tradición cofrade no se prestaba a grandes emociones. Craso error. Cuando la banda de María Santísima de las Penas comenzó a tocar, se hizo un silencio expectante. Las enormes puertas de abrieron y vimos como un enorme paso sustentaba a un Cristo que “caminaba” hacia la calle.

Respeto, fervor, emoción y sobrecogimiento fue todo lo que sentí en aquellos cerca de treinta minutos, que fue lo que duró esa salida. Una cofradía más había llegado a las calles de mi pueblo y era una cofradía de las buenas, de las auténticas, de las del silencio y el respeto, de las de la fe y el mensaje evangelizador.

En los días previos, yo había temido por el folclore al que pudiesen tender los costaleros. Desde niño sólo había conocido el costal de La Soledad. Entonces me gustaba pero, a medida que cumplo años, voy siendo más reacio a esas manifestaciones lúdico-religiosas. Perfectamente acompasado con los toques de la banda, Jesús marchaba camino de la Torrenueva. El leve movimiento del bajo de su túnica daba la sensación de que una figura humana caminaba lentamente por nuestras calles.

Las “levantás” sin estridencias, las “chicotás” con el paso justo y sin abusar, el silencio enorme, la compostura extrema y el más grande testimonio de fe. Cristo era el protagonista, los penitentes pasaban desapercibidos envueltos en el anonimato de su estación de penitencia. Como debe ser.

Juré no volver a perderme jamás aquella salida, como no he dejado de asistir nunca a la de Jesús Nazareno. Mientras Dios me dé salud, estaré allí, al inicio de la madrugada de cada Viernes Santo, para vivir uno de los pocos momentos de la Semana Santa ubetense en los que uno puede sentirse orgulloso de ser cofrade.

Perdonad que, hace no tantos años, muchos dudásemos de vuestra seriedad y de vuestra capacidad de trabajo y sufrimiento, de vuestra firmeza en la lucha contra las adversidades. Sí que érais unos niños, pero unos niños con las ideas muy claras y con un tesón infinito.

Amigos cofrades de “La Sentencia”, no os procupéis por las reticencias que levantaron las peculiaridades de vuestra excelente banda, ni por el rechazo inicial a vuestros modos (“no ubetenses”), ni por el escaso número de hermanos de vuestro guión (mejor pocos y auténticos...). Estáis enseñando vuestro talento, vuestro empaque y vuestro buen hacer a muchas de las veteranas cofradías de Úbeda. A la vuelta de unos años, ¿a ver quién os tose?.

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