Hace unos días, hablaba yo con una persona instruida que venía a decirme que parte de los males de nuestro tiempo se debían a Internet. Esa conversación me dio motivos para reflexionar.
Muchos especialistas afirman que quien desconoce las nuevas tecnologías de la comunicación y la información puede considerarse un analfabeto. Modestamente creo que esta afirmación es, por el momento, excesiva. En todo caso, estaríamos hablando de un analfabeto digital.
Hoy, en nuestro país, el porcentaje de personas conectadas a Internet es todavía pequeño y viene a coincidir con el perfil de alguien relativamente joven, con estudios medios o superiores y que vive en determinadas comunidades autónomas, (desde luego, no en Andalucía). Aún siendo escaso el número de internautas, la mayoría de la gente no tiene el menor empacho en opinar sobre el tema. Los españoles somos osados y muy dados a opinar sobre casi todo, incluso aunque no tengamos elementos de juicio suficientes como para emitir una opinión mínimamente coherente. Mi instruido amigo, analfabeto solamente digital, se despachó a gusto con la Red y con todos los “degenerados” que, a diario, se sumergen en ella.
Los desinformados están creando una leyenda negra en torno a Internet. Muchos de los programas-basura, que emiten las distintas televisiones, contribuyen a alimentar esa leyenda. Un timo a través de una web de comercio electrónico, un ligue que me echo en un chat y que, a la postre, también resulta ser un timo o un 906 que furtivamente se me cuela en el acceso telefónico a redes para poner calentar a mi módem e inflar la factura telefónica, son situaciones que escuchamos con gran frecuencia y que nos llevan a desconfiar de todo cuanto suene a tecnología digital enganchada a una línea telefónica.
Los correos electrónicos-basura, muchos de ellos anónimos, o los virus que te infectan el equipo y te tiran por tierra el trabajo de varios meses, si no has sabido ser precavido, añaden un plus de rechazo social hacia la telaraña global.
Desde Internet me han propuesto sexo cibernético-digital pero yo, que soy un clásico, prefiero el de toda la vida y, si es posible, con amor y eso no me lo pueden proporcionar unas fotos, un vídeo y ni siquiera una videoconferencia. Los bytes son los bytes por mucho que quieran suplantar a las caricias y los besos.
En la Red me han ofrecido alargar el pene en 2 ó 3 centímetros asegurándome que, de no conseguirlo, me devolverían mi dinero. En descargo de mi miembro viril he de decir que, hasta la fecha, estoy conforme con sus prestaciones y ya, con mis cuarenta y tantos, no aspiro a otras aventuras sexuales distintas de las que me son familiares (los experimentos... con gaseosa).
A pesar de estos borrones, Internet es como la vida misma. Es un mundo virtual que transcurre paralelo al real en el que vivimos. En ambos hay chorizos, terroristas y piratas de todo tipo. Como en la vida real, existen en la Red clubes de alterne, casinos, inmobiliarias, salas de subastas, tiendas, bancos, publicidad... También, como en la vida misma, uno puede elegir con quién relacionarse y con quién no, qué actividades desarrollar y en qué establecimientos entrar. Si alguien, que crees amigo, te envía un virus con malignas intenciones no te quedará más remedio que acordarte de las “cornás” que da la vida, de la hipocresía, de las traiciones y de las puñaladas traperas que ya recibías cuando Internet aún no se había inventado. Como decía, podemos elegir el establecimiento donde queremos entrar. Lo mismo que no entro a echar... un rato en el Club 152, cuando paso por su puerta de camino a mi casa, no frecuento los puticlubs digitales y al igual que compro un módulo de memoria en la tienda de la esquina, adquiero una cámara digital en una web de comercio electrónico. Si no somos dados a frecuentar el casino de Marbella, tampoco jugaremos al black jack a través de la línea telefónica.
En la vida un elige cómo quiere conducirse y en la red de redes también. En ambos lugares existen los mismos peligros pero también las mismas oportunidades y ventajas. La Red es una enciclopedia permanentemente abierta a todo el mundo. En ella puedes aprender, desde el origen de la devoción al Niño Jesús de Praga, hasta la manera de fabricar una bomba-lapa. Tú eliges.
Toda la sabiduría humana está a nuestra disposición, en Internet, durante las 24 horas de los 365 días del año. A un precio de risa, se puede hablar, escribir, enviar texto, sonido, imágenes o completar los datos que te faltan para terminar un trabajo. Todo ello en tiempo real. También, en tiempo real, podrías dedicarte a actividades delictivas pero si, habitualmente, en tu vida, no vas por ese camino, ¿por qué habrías de emprenderlo ahora?.
Hoy mis hijos utilizan ese entramado de ordenadores como apoyo a lo que aprenden en el colegio. ¡Ojalá en mis tiempos de estudiante hubiésemos dispuesto de esa potente herramienta!.
Me indigna escuchar a la gente opinar de todo sin conocer nada pero me cabreo mucho más cuando, amparados en su ignorancia, muchos cuelgan la etiqueta de maleantes y degenerados a quienes defendemos el lado positivo de Internet.
Cuando el Presidente Obama telefoneó a Zapatero para informarlo de que España llevaba tiempo dando la nota en los mercados financieros internacionales y para comunicarle las medidas de reducción del gasto que debía adoptar, si no quería sacar a nuestro país del euro y hundirlo en el fango de la ruina económica, yo ya me temí lo peor. Pensé en que seguramente se acordaría de los funcionarios, “que ganamos mucho y trabajamos poco”, pero eso no me importó demasiado porque los funcionarios llevamos varios lustros perdiendo poder adquisitivo de manera escandalosa y ya estamos acostumbrados a que la Hacienda Pública asalte nuestra cartera con el descaro de quien sabe que nuestra nómina es fija y además transparente, con lo que desvalijarla con cierta periodicidad se ha convertido ya en toda una rutina. No se me pasó por la cabeza que el socialismo gobernante se atreviese con la exigua cartilla de los pobres pensionistas, porque estoy convencido de que quienes han dado una parte de su vida en...
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