
Siempre he creído que apuntarse a alguna causa para luego no dar la cara, era de irresponsables. De pequeños “nos apuntan” a ser cristianos y, como es alguien quien lo hace, podemos, o no, cumplir con el compromiso. Al madurar, lo tomamos o lo dejamos. Si aceptamos la fe en la que nuestros padres nos educaron puede, incluso, que lleguemos a formar parte de una cofradía. Ser cofrade añade un plus de compromiso a nuestra condición de cristianos. Eso sobre el papel porque, en realidad, solemos formar parte de muchos listados y no cumplir con ninguna de las asociaciones a las que pertenecemos.
Hace años veíamos al cura del pueblo como a un “Juan Palomo”. Dueño y señor de la parroquia, él se lo guisaba y él se lo comía y los fieles nos convertíamos en sujetos pasivos de sus misas y sus sermones. Nos quejábamos de que no se nos daba participación. Hoy, cuando se nos pide que seamos miembros de los órganos que rigen nuestras parroquias, “escurrimos el bulto”.
Una vez que España ha dejado de ser “oficialmente” católica y que “papá Estado” ya no tutela ninguna confesión religiosa, somos los católicos de base los que tenemos que hacer progresar a la Iglesia. Si no nos comprometemos, a la vuelta de pocos años, la práctica religiosa de los católicos puede verse reducida a asistencias residuales a bodas, comuniones, bautizos y entierros.
Cuando un católico es cofrade, su compromiso eclesial debe ser mayor pero, además, ha de involucrarse en la vida de su hermandad. No es así. Hoy casi nadie quiere trabajar “por amor al arte”. Donde no exista una remuneración, casi nadie quiere estar. Nos hemos vuelto hedonistas y acomodaticios. No es que el cofrade haya sido siempre modelo de compromiso pero cada vez son más los que no participan en casi nada o los que, abiertamente, niegan a la cofradía su colaboración. Cada vez resulta más complejo, por poner un ejemplo, formar los turnos para que funcione la caseta de feria, llenar la iglesia en la Vigilia de Oración e incluso conformar una nueva Junta Directiva. Hace años ser directivo implicaba “honores”, hoy implica trabajo, mucho trabajo, muchas reuniones: reuniones de cofradía pero también con Cáritas, con los misioneros, con la Unión, con la Agrupación, etc. Por todo ello preferimos “verlas venir” y censurar las cosas cuando no están a nuestro gusto. Es la postura más cómoda y en la que se corren menos riesgos.
Me resulta gracioso escuchar a gente desinformada cuando afirma que las cofradías son el coto privado de unos pocos. Será porque no hay llamamientos a la colaboración a lo largo del año... Esa gente desconoce que, si no fuese por esos pocos que se han ido manteniendo en los cuadros dirigentes durante años, las cofradías estarían en claro declive (aunque no tengo la certeza de que no lo estén). Efectivamente, son casi siempre los mismos pero es que “no hay más leña de la que arde”. Los cofrades quieren cada vez menos responsabilidades. No quieren que se los moleste. Es triste pero es lo que hay.
La gestión de las cofradías es muy compleja. La vida interna de la hermandad no tiene hoy nada que ver con la de hace 25 años, cuando el trabajo se concentraba en 10 ó 15 días durante la cuaresma. Además de ocuparse de los asuntos estrictamente religiosos, de la formación, de la caridad, el miembro de una directiva debe ser gerente, contable, maestro de ceremonias, cartero, feriante, administrador y un sinfín de cosas más. Necesita colaboración y, cuando no la encuentra, cunde el desánimo. Por el momento, la fe en Jesús y María lo sostienen pero no siempre se puede tener más moral que el Alcoyano...
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