Ir al contenido principal

MIGUEL MUÑOZ, IN MEMORIAM

Querido Miguel:


Hoy es 30 de mayo. Estamos en 2004. He venido aquí, a la casa de nuestra cofradía, a dejar la bandera que te ha acompañado en las últimas horas de tu caminar por este mundo. Me he sentado ante la mesa donde está el ordenador. Desde este lugar se divisa toda la sala de reuniones, llena de fotografías, de símbolos, de recuerdos... He comenzado a pergeñar estas letras mientras repasaba la película de muchos años vividos en común.

Hace “cuatro días”, en 1975, yo quería tocar el tambor en la banda de nuestra querida cofradía. Por aquel tiempo, tú eras el responsable de aquella banda y no te quedaban más tambores libres. No nos conocíamos. Me miraste con cara de resignación, como no queriéndome hacer daño, y me animaste a tocar la corneta larga, sucia y abollada que me acercabas con tu mano. Recuerdo que, al ver su estado, mi madre se echaba las manos a la cabeza mientras yo, resignado, le prometía que la dejaría como nueva tras un arduo trabajo de limpieza. Así lo hice. Once años permanecí en la banda tocando una corneta. Once años que crearon estrechos lazos de amistad entre nosotros. Más tarde compartimos Junta Directiva, travesías del desierto, fuimos progenitores de “pequeños tamborileros” y, hasta hace unos días, hicimos de canguros en los ensayos de la banda infantil. No hace mucho, los dos solos, tomábamos una cerveza mientras esperábamos a que tu hija y mi Jesús concluyeran un ensayo. Fue un rato cordial. Nos debíamos ese momento el uno al otro. Hablamos de todo un poco. No te quejaste de nada. Al menos un par de veces había intentado “la parca” pasar su guadaña por tu cuello y la vida seguía pareciéndote bonita. Ningún reproche. Sólo agradecimiento. Agradecimiento a Jesús orando en Gethsemaní y a Nuestra Señora de la Esperanza: “jamás faltaré a nuestras procesiones, mientras viva”, me decías. Esa frase resuena ahora en mi cabeza. Se repite una y otra vez: “mientras viva... mientras viva”... La recordaré machaconamente cada Semana Santa.

Sé que estamos aquí de paso, que vamos hacía otro lugar pero no entiendo por qué tu singladura ha tenido que ser tan corta. ¡A ti no te tocaba morirte, Miguel!. A uno le toca morirse cuando lo tiene todo hecho en la vida, cuando ha podido disfrutar del asueto de la jubilación, ha conocido a sus nietos y el dolor de muchos años acumulados se hace insufrible. Entonces es cuando uno suele pedirle a Dios que “lo recoja”. Eso es lo general pero tú has tenido que salirte de la regla. Me cuesta trabajo encajarlo. Me costó trabajo encajarlo, (“me quedé pillao”, dicen los jóvenes ahora), cuando Paco Luis Sáez, nuestro anterior Hermano Mayor, fue a buscar a tu sobrino Luis, que estaba conmigo, para comunicarle, con mano izquierda, de forma casi engañosa y en pequeñas dosis, que nos habías dejado. Duro papel el de Paco Luis que también suele estar siempre a las duras. No me hubiese gustado estar en su piel.
La muerte te ha tratado mal y no estoy seguro de que la vida se haya portado contigo como merecías. Algo me llegaste a insinuar pero nada me has contado abiertamente. Con eso bastaba. Nos conocíamos muy bien. Yo tampoco quise hurgar en tu alma por si, en el fondo, había alguna herida. Te gustaba colocar siempre una cortina de felicidad entre tu interlocutor y tú pero creo que llevabas la procesión por dentro. Me gustaría estar equivocado.

Ya ves que tus amigos no te hemos fallado. En la tarde de tu despedida, era impresionante echar una mirada al interior del templo de Santa Teresa. Desde que la noticia de tu muerte corrió por la ciudad a la velocidad de la pólvora que arde, hemos sustentado tu ataúd, portado nuestra bandera, consolado a tu familia y rezado por tu alma. Ya no podemos hacer otra cosa que mantenerte, para siempre, vivo en nuestra memoria. Te prometo que estarás junto a mi cada Jueves Santo delante del trono de Nuestro Señor de la Oración en el Huerto y cada una de las frías noches de ensayo el sonido de la caja me recordará tu presencia.

Cuando nos encontremos en el Gethsemaní eterno ya te contaré cómo va sonando tu banda por si, a tanta distancia, no escuchas bien “los requinteos”. Da recuerdos a Pepe Mendoza. También me acompaña el Jueves Santo. Andará por allí arriba intentando colocarle un raso verde a Dios. Tú descansa en paz, hermano. Lo tienes merecido...

Comentarios

Entradas populares de este blog

VOLVER

  Hace tiempo que me vi sorprendido por la inclusión en un grupo de Whatsapp. Un antiguo compañero lo había creado para convocarme a una quedada (con q que ya somos mayores para otro tipo de grafía). Trataba de juntar a todos los compañeros y compañeras de mi promoción de Magisterio en la especialidad de Francés. Paco, con minuciosidad y paciencia infinitas, fue localizando a todos y cada uno de los integrantes de aquella promoción, ayudado por la cierta facilidad que hoy proporciona Internet y sus redes sociales. Ya se sabe que el que no está en Internet no existe, como me gusta decir a mis alumnos. Al principio tomé la iniciativa con cierto escepticismo. He de reconocerlo. No sabía si Paco sería capaz de ponernos en órbita y en todo caso no tenía muy claro que me apeteciese echar una mirada tan atrás. Conforme los mensajes se fueron sucediendo en el grupo, fui sintiendo una enorme curiosidad por volver a ver a quienes habían sido compañeros y compañeras de años de estudio ...

DICEN QUE LA DISTANCIA ES EL OLVIDO

Cuando el Presidente Obama telefoneó a Zapatero para informarlo de que España llevaba tiempo dando la nota en los mercados financieros internacionales y para comunicarle las medidas de reducción del gasto que debía adoptar, si no quería sacar a nuestro país del euro y hundirlo en el fango de la ruina económica, yo ya me temí lo peor. Pensé en que seguramente se acordaría de los funcionarios, “que ganamos mucho y trabajamos poco”, pero eso no me importó demasiado porque los funcionarios llevamos varios lustros perdiendo poder adquisitivo de manera escandalosa y ya estamos acostumbrados a que la Hacienda Pública asalte nuestra cartera con el descaro de quien sabe que nuestra nómina es fija y además transparente, con lo que desvalijarla con cierta periodicidad se ha convertido ya en toda una rutina. No se me pasó por la cabeza que el socialismo gobernante se atreviese con la exigua cartilla de los pobres pensionistas, porque estoy convencido de que quienes han dado una parte de su vida en...

VIOLENCIA Y PARASITISMO EN LA ESCUELA

Cuando, hace treinta y seis años, yo empecé a trabajar había niños que no asistían a clase. Estaban matriculados, los teníamos en lista pero teníamos asumido que jamás aparecerían por el aula. Sus padres no valoraban la ecuación, no apreciaban el estudio, ni la formación y no los mandaban al colegio. Entonces el no asistir a clase no tenía consecuencias y se quedaban por la calle, cometiendo pequeños delitos o apedreando perros. Luego se impuso la asistencia obligatoria al colegio y no les quedó otra que entrar en las aulas, si no querían ver a sus padres sancionados. Hoy este tipo de alumnado, (también sus padres), sigue sin tener el más mínimo interés por la educación y el estudio, pero acude a clase porque necesita un certificado de asistencia para acceder a cualquier subsidio, ayuda o subvención, que pagamos religiosamente los contribuyentes. Capítulo aparte merecería la actuación de algunos Trabajadores Sociales, que adjudican las ayudas públicas, sin exigir contrapartid...