
Ya están aquí de nuevo. Hace semanas que pasean sus demacrados cuerpos y sus vapuleadas almas por las frías calles de nuestra ciudad, implorando un trabajo decente con un sueldo digno. Son los inmigrantes. No quieren limosnas sólo un “curro” con el que ganar unos euros para poder subsistir. Han llegado saltando verjas, en húmedas pateras y sorteando a la muerte. ¡Hacen bien! Yo hubiese hecho lo mismo si, sobre mis espaldas, descansase el peso de una familia que pasa hambre y graves problemas de salud. Tienen derecho a ello. El mundo es de todos y todo ciudadano tiene el derecho de escapar de la cloaca en la que vive para buscar horizontes dignos para él y su familia. Nosotros no podemos negarles ese derecho. España ya fue un país exportador de emigrantes. Cuando éramos el culo de Europa los españoles y españolas marchaban al extranjero en busca de una vida digna. También se les maltrataba psicológicamente. Se les miraba por encima del hombro y se les humillaba. Vivían en guetos y difícilmente llegaban a integrarse en la sociedad que los recibía. No era aquella una emigración anárquica. Todo estaba controlado. La mayoría marchaba con aquella maleta de madera o cartón atada con cuerdas y su contrato de trabajo bajo el brazo. A pesar de haber visto tantas veces aquellas imágenes en blanco y negro, nosotros no hemos aprendido la lección.
Sólo unas pocas instituciones atienden a estos parias: Cáritas y los cofrades ubetenses con su comedor, el Ayuntamiento con su albergue y Cruz Roja con su dormitorio. No es mucho pero menos da una piedra. Las instituciones públicas nos bombardean con panfletos solidarios e integradores pero echan el culo fuera cuando se trata de poner dinero. Que lo pongan otros…
En este río revuelto aparecen pescadores que buscan no sé qué réditos. Son los “progres” de nuestro pueblo. Esos que reivindican pero que no se remangan. Son los que chillan pero no arriman el hombro, los que envenenan pero no aportan soluciones. Estos de la CGT ¿de qué van?. Están en todos “los fregaos” donde haya que dar palos pero arrasan en lugar de construir. Son como el perro del hortelano. Ahora se han permitido el lujo de poner en tela de juicio el prestigio de una institución internacionalmente reconocida, como es la Cruz Roja, y en duda la valía personal y el denodado trabajo de quienes dirigen esta institución en Úbeda. ¡No te jode!
Quienes sí que recogen peces en este río son los máximos beneficiarios de la mano de obra inmigrante: los mal llamados “empresarios agrícolas” (¡vaya eufemismo!). Son pocos los que se comprometen con estos pobres “currantes”, porque la mayoría tiene el sentido empresarial “donde yo sé”. Conozco a alguno que lo hace pero, la gran mayoría, son los mismos “güillos” de siempre, en el sentido más despectivo del término.
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