
Aunque hace tiempo que don Ramón del Hoyo fue nombrado obispo de la Diócesis de Jaén, sólo lleva unos meses haciéndose notar. Ha pulsado la opinión de los distintos colectivos que integran la Iglesia de Jaén (también de los dirigidos por laicos) y, poco a poco, sin estridencias, como no queriendo hacer ruido, ha ido relevando de sus puestos a los elementos más significativos de la vieja guardia. Ha hecho lo que tenía que hacer dejando claro que las formas son también importantes y que, por mucho que la Iglesia sea jerárquica, los mortales estamos empezando a estar hartos de trasnochados paternalismos de ordeno y mando. Con todo ello ha demostrado una actitud inteligente porque, en vez de entrar por aquí como un elefante en una cacharrería, ha optado por estudiar el terreno, por familiarizarse con su casuística para, posteriormente, ponerse a trabajar. También es cierto que algunas bitácoras de Internet, dirigidas por católicos, lo ponen a caer de un burro por su etapa conquense pero yo prefiero darle un margen de confianza. Si llega la hora de cambiar de opinión… lo haré.
Muchos fuimos los que rezamos para pedir el ascenso de su predecesor y los que acogimos jubilosos su traslado a la Diócesis de Mérida-Badajoz, naturalmente porque ello conllevaba una mejora en su carrera eclesiástica. Fueron casi 17 años de plegarias, 17 eternos años, pero yo siempre estuve convencido de que hay que perseverar. ¡Qué cierto aquel refrán de “a Dios rogando y con el mazo dando”!
El mundo cofrade tenía muchas esperanzas puestas en el sucesor de monseñor García Aracil más que nada porque era muy difícil que, con el nuevo nombramiento, las relaciones obispo-cofradías pudiesen empeorar. Algo pudo atisbarse cuando, durante el interregno, don Rafael Higueras acompañaba en su procesión de la noche del Lunes Santo a la hermandad de Nuestra Señora de Gracia.
Hace poco que concluyó la Semana Santa y, en el transcurso de la misma, hemos visto a don Ramón hacer “la levantá” de un paso, acompañar (de forma discreta) a bastantes cofradías en su procesión o devolver a la catedral de Baeza el Miserere de Eslava. Atónitos hemos escuchado una entrevista radiofónica en la que el nuevo obispo hablaba bien de los cofrades y de la labor catequística que, en el seno de la Iglesia, cumplen las hermandades. Para quienes integramos el mundo cofrade se abre ahora un nuevo tiempo de esperanza en el que seguramente dejaremos de ser vapuleados desde el Palacio Episcopal y durante el cual es posible que se solventen antiguos problemas y se cierren viejas heridas. No cabe otra cosa entre cristianos.
Ahora ya sólo espero que la influencia positiva de los criterios de don Ramón del Hoyo devuelva al redil a ese puñado de curas díscolos, que todos conocemos, y que, al igual que monseñor García Aracil, ven en las cofradías un motivo de preocupación para la Iglesia, porque estoy convencido de que las hermandades son, hoy por hoy, uno de los mejores instrumentos que esa Iglesia posee para atraer a la juventud a su seno y los tiempos no están ya como para ir perdiendo “clientes” por el camino.
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