Ahora que están a punto de concluir las obras de la calle Mesones, lo único positivo que puedo decir sobre ellas es que la empresa que las ha acometido las ha realizado en un plazo de tiempo relativamente razonable. Otra cosa no se me ocurre.
Visto el resultado, se nos ha quedado una calle impersonal, sin alma, una franquicia de esas calles que podemos encontrar casi en cualquier ciudad comercial, de esas que ahora se están sumando a la moda de lo exclusivamente peatonal. Se ha hecho desaparecer el sello distintivo de sus aceras y de sus adoquines, para sustituir toda la superficie por la uniformidad de una piedra absorbente, que muy pronto aparecerá manchada y ennegrecida por la suciedad. Un asco…
Siempre que en nuestra ciudad se levanta una calle se justifica por la necesidad de mejorar sus obsoletas redes eléctricas, de alcantarillado y de agua potable. Esas tareas, que se acometen en el subsuelo, no implican que sea necesaria la modificación de la estética de la calle en superficie, pero el egocentrismo de los políticos no se resiste a dejar su sello hortera y de mal gusto para la posteridad, al tiempo que nos roban las señas de identidad de una calle o de un edificio que son, a su vez, nuestras propias señas de identidad. Ya lo hicieron con el alquitranado de ciertas calles del casco histórico, con la fachada lateral del edificio de los juzgados, con la Plaza de Andalucía, con la iglesia de Santa María o con la remodelación de la calle Real y lo seguirán haciendo para que en nuestra memoria colectiva siempre recordemos que esas inauguraciones fueron hechas por Marcelino, por Pizarro o por Mendieta y para que sus nombres aparezcan escritos, con letras de oro, en los faraónicos anales de la ordinariez y la vulgaridad.
He hablado con muchos de mis paisanos sobre el resultado final de las obras de la calle Mesones y me han explicado y razonado sus propuestas alternativas desde el sentido común. Pero resulta que el sentido común es el menos común de todos los sentidos y que cuando un ciudadano llega a ocupar el gobierno de la ciudad se olvida de él. La mayoría coincide en que lo lógico hubiese sido reparar y cubrir y, una vez tapadas las instalaciones, reponer los acerados y el adoquín, reducir el ancho de la calzada para permitir el paso de un solo vehículo y ampliar la anchura de las aceras. Eso hubiese sido lo razonable para la mayoría, pero a estos políticos de tercera fila no se les puede pedir que utilicen la lógica.
He sentido una mezcla de envidia y de dolor paseando por las calles de San Petersburgo, de Estocolmo o de Copenhague, al ver sus cascos históricos adoquinados y limpios, mimados hasta el extremo con fieles restauraciones. Al recorrer sus calles me consolaba pensando en que me encontraba en países que estaban a años luz del nuestro pero esa limpieza, ese mimo y esa fidelidad volvían a reproducirse en lugares como Lituania o Estonia que no tienen el patrimonio monumental de España y muchos de cuyos edificios datan de siglos posteriores al XVI.
Estoy de acuerdo con Antonio Muñoz Molina cuando, en un artículo en el que se quejaba del lamentable estado de nuestra ciudad, decía que en la política española el analfabetismo es un mérito casi tan valorado como la desvergüenza. Creo que se quedaba corto el académico porque hay que ser desvergonzado y analfabeto para hacer lo que han hecho con la calle Mesones, pero sobre todo se necesita un mal gusto y una incompetencia sin límites.
Ha muerto Tomás. Tomás era un cazorleño a quien conocí en la mili a finales de la década de los setenta. Cuando me dieron su pueblo por destino volvimos a encontrarnos. Nos veíamos de vez en cuando y charlábamos un rato. Me contó que, tras el campamento, lo destinaron a artillería y allí lo colocaron de pintor. Para él, que jamás había salido de su Cazorla natal, fue una época feliz, seguramente la más feliz de su vida. Tras la mili volvió al pueblo, para cuidar de una madre de la que siempre supe que era octogenaria y enferma. No conoció mujer. A él le hubiera gustado tener una novia y seguramente hijos, pero era tímido, poco echado para adelante y en nuestra época las mujeres no venían a buscarte si no las encontrabas tú. Creo que no fue feliz, salvo con su brocha de artillero. Tomás era jornalero. Trabajaba en la campaña de aceituna y en algún empleo esporádico, barriendo las calles, que el ayuntamiento le proporcionaba muy de tarde en tarde. Era un buen hombre, que no tuv...
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