José Luis del Castillo Vico llegó a la presidencia de la Cofradía de
Nuestro Padre Jesús Nazareno sin hacer ruido, casi como un tapado. De él muchos
pensábamos que desarrollaría un mandato continuista y gris, que dejaría las
cosas como siempre habían estado, porque su carácter, introvertido y discreto,
no daba mucho juego como para creer que otra cosa pudiese suceder. Configuró
una junta directiva variopinta, en la que supo combinar la eficacia del cofrade
currante con el aire fresco de quienes se apartaban de la ortodoxia cofrade que
durante muchos años predominó en la hermandad. Pronto empezó a dar cancha a una
juventud que jamás había tenido protagonismo en una cofradía vieja, no solamente
por los siglos de antigüedad que la contemplan, sino por la mentalidad
inmovilista de quienes siempre la gobernaron. Vigilándolos desde lejos, este
hombre discreto fue asignando papeles a los jóvenes dentro de la hermandad, a
sabiendas de que una cofradía envejecida lo único que puede hacer es
anquilosarse y perder fuelle.
Poco a poco José Luis (y su junta) se fueron destapando y nos mostraron
las íntimas fiestas dedicadas a San Juan Evangelista, el Belén navideño o los
magníficos trabajos de su equipo de priostía traducidos, entre otras muchas
cosas, en los excelentes altares que cada año, por enero y por el Corpus, nos
regala la hermandad. Luego llegaría su participación, en las Fiestas del
Renacimiento, algo impensable en una hermandad “seria”, así como otra serie de
movimientos que han tenido como protagonista a la gente joven de la hermandad,
una gente joven que siempre pareció no existir más que para ser la recadera y
la ejecutora de todo lo que los directivos de Jesús habían previamente
concebido.
Sin perder de vista la tradición y siempre intentando mejorar la
presencia de la cofradía en la calle, con muy buen criterio se ha colocado a
las penitronchas en un lugar de privilegio, a la vista de que se encontraba al
borde de la extinción una seña de identidad que sólo lo era de la cofradía de
Jesús. Luego vino la salida a costal de la Virgen de los Dolores, algo que
levantó ampollas entre quienes de toda la vida hemos sido “unos clásicos”, pero
que llegó a emocionarnos en el silencio de esa dorada madrugada de tulipas
encendidas, cuando en Vázquez de Molina, aún bajo la oscuridad de la noche,
sólo se escuchó el rachear de los pies de los costaleros y el latigazo fuerte
de un llamador que nos estremeció el alma. La Virgen de los Dolores siempre
tuvo escaso protagonismo en la hermandad, eclipsada por la fuerza de atracción
que el Señor de Úbeda ejercía sobre los fieles, pero la nueva manera de
vestirla, la solemnidad de los cultos que se le dedican y por descontado su
salida a la calle, llevada por costaleros, la han colocado en un lugar
privilegiado entre los hermanos de la cofradía. Todo cuenta a la hora de
promocionar y de consolidar la devoción por una advocación, también los
pequeños detalles y éste de la salida a costal no es menor.
Dentro de esa manera discreta y sin estruendos, pero firme, de gobernar
la hermandad se enmarca la casi milagrosa recuperación de la Capilla de Jesús,
ese reducto espiritual de nuestra ciudad al que muchos acudimos cuando la vida
nos aprieta más de lo que podemos soportar. Hubo que moverse mucho para
devolver a Santa María una de sus más preciadas joyas. Hubo que enfrentarse a
administraciones y a empresas, a desmanes y a incomprensiones, pero la férrea
voluntad de recuperar para Úbeda, (que no para la cofradía), la capilla de
nuestro Nazareno nadie consiguió doblegarla y ahí está ese enclave principal
del mundo cofrade ubetense, para recogimiento de quienes habíamos perdido toda
esperanza de volver a verlo tal y como fue antaño.
Como uno de los síntomas de la ignorancia es el atrevimiento, Jesús no
se libró de esa lacra de “restauraciones”
infamantes que la mayoría de nuestras imágenes ha sufrido. Un poco de
masilla por aquí, un serrucho por allá y unos brochazos insensatos venían a
tapar los estragos que el paso del tiempo y la falta de una adecuada
conservación producían en las imágenes cuya integridad nuestras cofradías
debían custodiar. ¿Qué hermandad no ha tenido un cofrade voluntarioso, un
imaginero frustrado, que siempre se ofrecía para tapar aquellos desperfectos,
con el visto bueno de la junta directiva? Lo de Jesús incluso fue peor, porque
esa falta de respeto a la imagen original llegó de la mano de alguien que
profesionalmente se dedicaba a la talla. Hoy, afortunadamente, aquella
ignorancia se ha tornado en cautela y responsabilidad y una imagen no se toca
sin unos estudios previos, realizados por profesionales de contrastada
trayectoria. Es lo que han hecho las hermanas Esther y Laura Moreno con el
Jesús de Jacinto Higueras, al que han despojado de parte de dudosas intervenciones,
ya que algunas de ellas hoy se dan por irreversibles.
El traslado a Santa María de la imagen recién restaurada del Nazareno,
supuso una prueba de fuego decisiva para refrendar su salida a costal, en esta
Semana Santa que ya llega. Con muy buen criterio y no sin cierta intención, la
cofradía lo había dispuesto todo para que nos pudiésemos hacer una idea de cómo
aparecería Jesús ante nosotros, en la madrugada morada. Tras ver a la Virgen de
los Dolores, a muchos ya no nos cabía ninguna duda de lo que va a suponer esa
primera salida a costal del Cristo, pero nunca está de más realizar una especie
de ensayo general que elimine desconfianzas y así debió de pensarlo la
hermandad. Las andas que se utilizaban en los traslados fueron sustituidas por
una parihuela y el hombro se cambió por el costal. El paso desacompasado y sin
ritmo de quienes portaron a Jesús sobre aquellas andas, se cambió por la
cadencia de unos corazones que eran conscientes de que estaban escribiendo
parte de una importante historia.
Noviembre fue testigo del silencio, de la seriedad, de la austeridad y
de la emoción contenida. Un mes tan poco cofrade nos devolvió a un Nazareno más
humano, que marchó entre la multitud asombrada al igual que debió hacerlo
camino del Calvario. La cofradía nos enseñó a un Jesús cercano, a ése que
necesitamos que camine junto a nosotros en unos tiempos de ruina moral y
económica, en los que recurrimos a Él con una mayor frecuencia.
A quienes nos irritan los alaridos extemporáneos del “homo hispalensis”
que, con acento sureño, arenga a sus costaleros y solivianta a la multitud, nos
queda la tranquilidad de que Claudio Díaz y su equipo saben bien lo que se
traen entre manos, porque Jesús no es suyo, Jesús ni siquiera es de la
cofradía, sino que pertenece a la memoria de miles de ubetenses devotos que lo
han sido y lo siguen siendo a lo largo de los siglos. Traicionar el espíritu de
la hermandad y el recuerdo de tantos y tantos ubetenses hubiese sido
imperdonable.
Quienes amamos y recurrimos a esta advocación del Nazareno sólo
queremos escuchar, en la madrugada del Viernes Santo, una campanilla, unos
lamentos y un Miserere. Con esos sonidos de fondo, ver a Jesús caminar
discretamente por las calles de nuestra ciudad, será como encontrarse a las
mismas puertas de la Gloria.
El próximo Viernes Santo será el propio Jesús el que nos salga al paso,
el que nos busque entre la multitud, para reconfortarnos en el dolor y aliviar
nuestra carga.
Cuando llegue febrero este hombre prudente, pero de enorme fe y de
voluntad férrea, que es José Luis del Castillo, se marchará discretamente, tal
y como llegó, habiendo sido fiel a su compromiso con la hermandad y sin haber
trastocado un ápice sus señas de identidad. Dios se lo pague.
Comentarios
Se nota que no has conocido a la Cofradía de Jesús lo suficiente para emitir un juicio objetivo. Ni en el pasado ni en el presente.
Como en todos los mandatos, han habido cosas positivas y otras negativas.
Ni "los de antes" eran tan antiguos y tan "malos" ni "los de ahora" son tan modernos y tan "buenos".
No hace falta adjetivar con vehemencia a unos para ensalzar a otros, Eugenio.
Y sí, dejemos que Dios se lo pague, que Dios es un juez justo.