No entiendo por qué nos sorprendemos de que haya corrupción en los partidos políticos. Estos están pagando ahora el pato de estar en el candelero, porque sus miembros meten la mano donde no deben y lo están pagando porque, a causa de su actividad pública, están más expuestos a los medios que el común de los mortales. Pero no nos engañemos: no es un problema de los políticos. Se trata de un problema nacional (recordemos que el género literario de la novela picaresca nació en nuestro país). Creo que puede afirmarse que en España la corrupción es generalizada.
Por cuestiones que ahora no vienen al caso, raro es el día en el que no me entero de que alguna persona conocida, que ejerce una actividad profesional, no está dada de alta. Es como si no existiera para el fisco. No paga impuestos y no cotiza a la Seguridad Social. Solamente recibe ingresos. Es mucha más gente de la que creemos, es gente a la que tenemos por honesta y legal pero que se pasa por el arco del triunfo cualquier obligación moral de contribuir a que los servicios públicos funcionen (al menos con su aportación económica).
Hace unos días, un tipo que canta en muchos de los locales de moda de la Costa del Sol, al que conozco, se quejaba en su muro de Facebook de que lo había pescado la Inspección de Trabajo, con menos papeles que una liebre. Lo habían sancionado y tenía prohibido tocar, mientras no lo tuviese todo en regla. El tío no entendía nada, pero lo peor no era su actitud, sino la de muchos de sus amigos que, con mensajes de apoyo, se solidarizaban con él.
A quienes pagamos religiosamente, bien porque estemos convencidos de que hay que hacerlo, bien porque no nos queda otra, se nos pone cara de tontos al comprobar que no somos tantos los que estamos sacando a flote al país, mientras que son muchos los que viven de la economía sumergida, del "travail au noir" (que diría un francés).
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