- A LA MEMORIA DE MIGUEL RUIZ DEL
MOLINO -
Te llamé. Recuerdo que te llamé tras el atropello y me constaste que
estabas condolido, pero que habías vuelto a nacer. Me dijiste que hubiese
tenido narices haber muerto cerca de donde atropellaron a Pepe Mendoza o a
escasos metros del lugar en el que cayó fulminado tu hermano José María. No te
encontrabas bien, pero tenías la sensación de haber esquivado a la muerte,
porque el susto había sido mayúsculo. Luego todo se complicó y como
consecuencia de aquello nos dejaste cuando no te tocaba haberte ido.
En el momento de tu partida encontré consuelo repasando nuestra vida en
común, los momentos vividos a tu lado dentro de la familia y aquellos en los
que luchamos por mantener a nuestra cofradía como una de las más prestigiosas
de la ciudad. Me acordé del Miguel, bromista y dicharachero, al que conocí hace
ya la friolera de casi 40 años. Yo era el adolescente que pretendía a tu
sobrina la mayor y tú el hombre maduro que formaba parte de la junta directiva,
presidida por Juan de Dios Peñas, a la que me incorporé a mediados de la década
de los setenta.
Encuentros familiares, muchas Navidades cenando en tu casa, y bastantes
reuniones de la directiva en la Corredera, fueron cimentando entre nosotros
algo tan fuerte como los lazos que surgen por la pertenencia a una misma familia
y a una misma hermandad. El destino volvió a unirnos cuando decidiste ofrecerme
el cargo de secretario de la cofradía durante tu presidencia. Fue un orgullo
trabajar junto a ti y un honor volver a hacerlo por nuestra hermandad. Fue un
orgullo ver a Miguelito, el hijo menor del abuelo Gabriel, convertido en
hermano mayor de esa cofradía a la que amaste hasta el extremo. Llegar desde
abajo, desde la banda de nuestra cofradía, hasta ocupar el más alto cargo en la
misma es un enorme mérito y algo de lo que siempre te has sentido muy
orgulloso. Sé que lo hiciste no tanto por ti, como por la memoria de tu padre.
Él se hubiese sentido muy satisfecho. No es para menos.
Hoy ya no estás con nosotros. Ya te has marchado al Gethsemaní celestial,
pero quienes te queremos sabemos que lo has hecho a lo grande, arropado por una
multitud enorme de gente que también te quiso, por mucha más gente de la que tú
pensabas, seguramente. Tu iglesia de San Pablo estuvo abarrotada de personas,
en la mañana de un día laborable, para despedirte. Tu cofradía supo estar, como
siempre lo hace, a la altura de tan dolorosas circunstancias. En una decisión
muy bien medida, nuestros cuatro hermanos mayores, (Juan de Dios, Andrés, Paco
Luis y Luis), intervinieron en la misa de tu despedida, para dejar patente tu
rango y tu jerarquía dentro de la hermandad y la junta directiva se las ingenió
para estar casi al completo junto a nuestra bandera. ¿Quieres mayor
demostración de afecto?
Este año, cuando en la mañana del Jueves Santo nuestra cofradía
aparezca por la Puerta de la Adoración, un nudo recorrerá mi garganta y mi
corazón se sentirá atenazado por tu ausencia. No es una frase cursi. Ya he
tenido esa sensación otras veces. Ese día nada será igual, como no lo es desde
hace muchos años. Cada vez que un hermano nos falta, el Jueves Santo es
diferente y más triste, aunque la certeza de saberte junto al verdadero Jesús
orante nos consuele. Este año, cuando las notas de “La Esperanza” retumben en
las piedras centenarias de Vázquez de Molina y tu Virgen aparezca por la puerta
principal de la Basílica de Santa María, tú también irás junto nosotros y
volverás a preguntarme, como cada año, si creo que va a llover. Estoy seguro de
que será así.
Quienes nos quedamos jamás te olvidaremos. Ahora te ha tocado a ti,
pero todos estamos en la lista, estamos haciendo
cola. La hacemos con cierto descuido, porque vemos a muchos delante y pensamos
que aún no nos toca. Nos distraemos un poco y la cola ha corrido. Alguien ha
llamado a más gente de la que era de esperar, según nuestros cálculos. Te fumas
un cigarro, te tomas un café o charlas un poco con los amigos y, de manera
sorpresiva, una voz al fondo pronuncia tu nombre. Tienes que irte. No hay
excusas. No puedes despedirte de nadie. Te ha tocado y no lo esperabas, los
tuyos tampoco... El lunes estamos aquí, pero el martes podemos estar al otro
lado. Quienes nos quedamos lo hacemos bien jodidos, pero a sabiendas de que hay
que vivir y poner buena cara, porque esto no se acaba hasta que una voz nos
llama desde la otra orilla. Con tu marcha acaba definitivamente un capítulo de
mi vida, se cierra una puerta que no se abrirá más, pero ten la certeza de que
siempre estarás en mi recuerdo. Nuestra familia, nuestra cofradía y tantas
cosas, me traerán el recuerdo del tito Miguel porque nadie muere mientras lo
sigamos queriendo, chache.
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