Hoy me han faltado a clase cinco. Supongo que será por el frío. Cuando yo era pequeño, a los niños nos encasquetaban unas botas de goma y una capa impermeable azul, con su gorro y tuviésemos la edad que tuviésemos nos mandaban solos al colegio. Entonces los inviernos eran «como Dios manda», con sus nieves, sus fríos polares y sus buenos charcos en los que estrenar nuestras negras botas de goma. Aquellos inviernos ya no existen. Ahora son inviernos descafeinados, con suaves temperaturas y escasas precipitaciones y sin embargo mis alumnos prefieren quedarse en casa «no vaya a ser que...». Son niños y niñas criados entre algodones, con todos los consentimientos y todos los caprichos, para que no pasen penalidades y no se estropeen, de esos que se echan a llorar cuando reciben el primer palo de la vida, en lugar de remangarse y echarle un par. Nunca he pensado que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sí estoy convencido de que si no les apretamos un poco las clavijas, se van a pasar la vida llorando.
Hace tiempo que me vi sorprendido por la inclusión en un grupo de Whatsapp. Un antiguo compañero lo había creado para convocarme a una quedada (con q que ya somos mayores para otro tipo de grafía). Trataba de juntar a todos los compañeros y compañeras de mi promoción de Magisterio en la especialidad de Francés. Paco, con minuciosidad y paciencia infinitas, fue localizando a todos y cada uno de los integrantes de aquella promoción, ayudado por la cierta facilidad que hoy proporciona Internet y sus redes sociales. Ya se sabe que el que no está en Internet no existe, como me gusta decir a mis alumnos. Al principio tomé la iniciativa con cierto escepticismo. He de reconocerlo. No sabía si Paco sería capaz de ponernos en órbita y en todo caso no tenía muy claro que me apeteciese echar una mirada tan atrás. Conforme los mensajes se fueron sucediendo en el grupo, fui sintiendo una enorme curiosidad por volver a ver a quienes habían sido compañeros y compañeras de años de estudio ...
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