Hoy me han faltado a clase cinco. Supongo que será por el frío. Cuando yo era pequeño, a los niños nos encasquetaban unas botas de goma y una capa impermeable azul, con su gorro y tuviésemos la edad que tuviésemos nos mandaban solos al colegio. Entonces los inviernos eran «como Dios manda», con sus nieves, sus fríos polares y sus buenos charcos en los que estrenar nuestras negras botas de goma. Aquellos inviernos ya no existen. Ahora son inviernos descafeinados, con suaves temperaturas y escasas precipitaciones y sin embargo mis alumnos prefieren quedarse en casa «no vaya a ser que...». Son niños y niñas criados entre algodones, con todos los consentimientos y todos los caprichos, para que no pasen penalidades y no se estropeen, de esos que se echan a llorar cuando reciben el primer palo de la vida, en lugar de remangarse y echarle un par. Nunca he pensado que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sí estoy convencido de que si no les apretamos un poco las clavijas, se van a pasar la vida llorando.
Cuando el Presidente Obama telefoneó a Zapatero para informarlo de que España llevaba tiempo dando la nota en los mercados financieros internacionales y para comunicarle las medidas de reducción del gasto que debía adoptar, si no quería sacar a nuestro país del euro y hundirlo en el fango de la ruina económica, yo ya me temí lo peor. Pensé en que seguramente se acordaría de los funcionarios, “que ganamos mucho y trabajamos poco”, pero eso no me importó demasiado porque los funcionarios llevamos varios lustros perdiendo poder adquisitivo de manera escandalosa y ya estamos acostumbrados a que la Hacienda Pública asalte nuestra cartera con el descaro de quien sabe que nuestra nómina es fija y además transparente, con lo que desvalijarla con cierta periodicidad se ha convertido ya en toda una rutina. No se me pasó por la cabeza que el socialismo gobernante se atreviese con la exigua cartilla de los pobres pensionistas, porque estoy convencido de que quienes han dado una parte de su vida en...
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