Hace unos días salía a los medios el concejal Clemente para mostrar su impotencia ante los accidentes automovilísticos que se producen en nuestra ciudad, sobre todo en las noches de los fines de semana. El hombre no podía hacer otra cosa más que resignarse y prometer que se intentaría atajar el tema, dejando claro que no puede haber un policía en cada calle de Úbeda y a cada hora de la madrugada. En eso tenía razón. Esa misma sensación de impotencia es la que nos invade a los ciudadanos que no utilizamos el coche para estampar nuestros sesos contra la pared de enfrente.
El tema ya se había planteado en un foro de Internet, donde me resultó curioso que casi nadie se interesara por la salud de los últimos que se estamparon contra los soportales de la Corredera. De todos era conocido que el coche había quedado hecho una breva y que los bomberos tuvieron que intervenir para excarcelar a sus ocupantes, sin embargo todo el mundo cargó las tintas sobre ellos, uno de los cuales se encontraba muy grave. Reflexionando pude descubrir el hartazgo de la gente a causa de este tipo de delitos, creo que deben calificarse así, porque pueden arruinarle la vida a un ciudadano civilizado, que tenga la mala suerte de estar a la hora indebida, en el sitio inadecuado.
Conozco bien a estos inconscientes, porque los he sufrido en mis carnes. Se trata de niñatos que padecen la fiebre del sábado noche; también la del viernes. Pertenecen a todas las clases sociales y seguro que se sorprenderán si les digo que algunos tienen cierta formación académica. Sólo académica. Por regla general son “macarrillas” que han firmado ochenta o cien letras para pagar un coche que no tardará más de un año en entrar en el taller de chapa y pintura. No suelen ser coches de gran tamaño pero sí de enorme cilindrada. Mientras más ruido hagan… mejor y si les pueden añadir el “chin, chin, pum” de un equipo de música, “a toa pastilla” y casi tan caro como el coche, mejor todavía. El viernes por la noche se calzan el vaquero, se colocan la ajustada camiseta negra, que marque pectorales, se sueltan la melena al viento, se ponen hasta el culo de cubatas y de lo que haga falta y… ¡a volar!
Hasta hace poco volaban por el polígono industrial, pero ya no tienen reparo en hacerlo por el centro de la ciudad, arrastrando a su paso farolas, bancos, señales de tráfico… para terminar reventando el coche contra algún edificio. Si les da tiempo a reaccionar salen huyendo y quitan de en medio el vehículo. A muchos ya no les hace falta ampararse en la noche. También te los encuentras por las carreteras, en pleno día. He tenido varios incidentes con estos suicidas de los que, afortunadamente, he salido ileso gracias a una combinación entre suerte y reflejos.
Son bastantes los lunes en los que, con más frecuencia de la deseada, desayunamos con la noticia de que uno de estos suicidas de los coches locos ha borrado del mapa a una familia entera, que no había cometido otro error que el de pasar por allí.
Cuando pienso en esos inocentes comprendo perfectamente la actitud de muchas personas, que más que pensar en el estado de salud de los kamikaces, de lo único que se alegran es de haber tenido la suerte de no encontrarse en el lugar inconveniente a la hora fatídica.
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