Conocí a Juan Pedrosa a principios de la década de los setenta. Yo entonces era un muchachejo que acababa de entrar en la banda de mi cofradía de la Oración en el Huerto, de la cual Pedrosa era el responsable. Pronto me llevó a su terreno, para enseñarme que la amistad no está reñida con la diferencia de edad. Él sabía ponerse a nuestra altura, pero también tenía un sexto sentido que lo llevaba a ocupar el lugar de un padre, que aconseja a sus hijos cuando intentaban coger el camino equivocado, llevados por la inexperiencia y los malos ejemplos que todos hemos visto en nuestra adolescencia. Aunque a veces actuase como tal, en el fondo todos sabíamos que, más que un padre, era un amigo y siempre hacíamos nuestros los buenos consejos que nos daba, esos mismos consejos que rechazábamos en nuestra casa, porque venían impuestos por alguien que sí que tenía autoridad legal sobre nosotros. Juan Pedrosa era, para quienes hemos tocado alguna vez en la banda de nuestra hermandad, ese padre que nos aconsejaba desde la buena fe y desde la experiencia, seguramente sin esperar que fuésemos a hacerle caso, pero convencido de que no todo caería en saco roto.
El paso de los años nos fue aproximando en cuanto a la edad. Él parecía haberse quedado estancado en aquellos cuarenta, mientras nosotros íbamos cumpliendo años. Llegamos a ser verdaderos amigos, incluso confidentes, y aunque nuestras relaciones pasaron por momentos con altibajos, (ambos teníamos caracteres muy fuertes), jamás llegamos a distanciarnos, porque la amistad que se fragua desde la sinceridad y la buena fe no muere nunca.
De Juanito Pedrosa hay cosas que jamás olvidaré y no olvidaré, por más que el tiempo pase, el día en que recibí la boquilla de mi corneta que él me mandó a Francia, en mis tiempos de lector de Instituto, para que pudiese tocar en nuestra procesión. No olvidaré los años que pasó bajo el trono de Nuestro Señor de la Oración en el Huerto, unas veces a las órdenes de mi suegro José María y otras a las mías. Habíamos logrado tal compenetración, que sólo un pequeño gesto le bastaba para saber lo que tenía que hacer. Y nunca olvidaré la intercesión de su hija Ana Mari, para que su padre saliese bajo ese trono, en la mañana del Jueves Santo, cuando yo consideré que a causa de su enfermedad no estaba en las condiciones que se requerían. Él, haciendo de tripas corazón, sacando fuerzas de flaqueza, estuvo magistral aquel año y terminada la procesión nos fundimos en un enorme abrazo de satisfacción y hermandad. No nos dijimos nada, pero él entendió mi disculpa y yo aprecié su enorme satisfacción por un esfuerzo titánico. Podría estar horas y horas contando mis experiencias junto a mi amigo Juanito, pero no quiero alargarme.
La vida de Juan ha sido ciertamente azarosa, pero no creo que podamos hacer de ella un balance negativo. Si en lo afectivo la suerte no siempre lo acompañó, de su matrimonio obtuvo el inmenso regalo de su hija Ana y de su nieto Álvaro que en todo momento, y hasta última hora, estuvieron pendientes de él y que fueron su motivo de orgullo. En nuestra ciudad siempre tuvo a su familia de cofrades de la Oración en el Huerto. Entre nosotros siempre estuvo en su casa, porque se desvivió por su cofradía y la hermandad se lo supo reconocer a tiempo, en un hermoso acto, celebrado en la iglesia de San Pablo, el día de San José del año 2012. Ha partido cargado de amor y de afecto, del cariño de todos los que lo conocimos, porque pasó por aquí tal como era, sin ningún doble fondo y haciendo el bien.
Él siempre fue consciente de la gravedad de su enfermedad, pero jamás quiso utilizarla para hacernos sentir lástima o para que nos compadeciésemos. Se fue despidiendo de nosotros poco a poco, en cada misa, en cada procesión, en cada acto, en cada reunión, en cada junta, en cada comida y en cada caseta. Sus gestos, sus leves insinuaciones y su resignación cristiana nos fueron informando, en cada momento, de cuál era su estado. Nunca se quejó, nunca fue de víctima porque supo aceptar aquello que le había tocado en suerte. Fue todo un ejemplo para nosotros.
El próximo Jueves Santo vendrá también junto a mí, como desde hace años vienen Miguel Muñoz, Pepe Mendoza, José María Ruiz, Luis Martínez y tantos y tantos otros que llevaron a su hermandad en lo más profundo del corazón. Ellos velarán por nosotros desde los olivares del eterno Gethsemaní del Cielo, mientras permanecen vivos en nuestra memoria, como ejemplos de cofrades comprometidos y de personas honestas.
Nos vemos en Gethsemaní, Juanito.
El paso de los años nos fue aproximando en cuanto a la edad. Él parecía haberse quedado estancado en aquellos cuarenta, mientras nosotros íbamos cumpliendo años. Llegamos a ser verdaderos amigos, incluso confidentes, y aunque nuestras relaciones pasaron por momentos con altibajos, (ambos teníamos caracteres muy fuertes), jamás llegamos a distanciarnos, porque la amistad que se fragua desde la sinceridad y la buena fe no muere nunca.
De Juanito Pedrosa hay cosas que jamás olvidaré y no olvidaré, por más que el tiempo pase, el día en que recibí la boquilla de mi corneta que él me mandó a Francia, en mis tiempos de lector de Instituto, para que pudiese tocar en nuestra procesión. No olvidaré los años que pasó bajo el trono de Nuestro Señor de la Oración en el Huerto, unas veces a las órdenes de mi suegro José María y otras a las mías. Habíamos logrado tal compenetración, que sólo un pequeño gesto le bastaba para saber lo que tenía que hacer. Y nunca olvidaré la intercesión de su hija Ana Mari, para que su padre saliese bajo ese trono, en la mañana del Jueves Santo, cuando yo consideré que a causa de su enfermedad no estaba en las condiciones que se requerían. Él, haciendo de tripas corazón, sacando fuerzas de flaqueza, estuvo magistral aquel año y terminada la procesión nos fundimos en un enorme abrazo de satisfacción y hermandad. No nos dijimos nada, pero él entendió mi disculpa y yo aprecié su enorme satisfacción por un esfuerzo titánico. Podría estar horas y horas contando mis experiencias junto a mi amigo Juanito, pero no quiero alargarme.
La vida de Juan ha sido ciertamente azarosa, pero no creo que podamos hacer de ella un balance negativo. Si en lo afectivo la suerte no siempre lo acompañó, de su matrimonio obtuvo el inmenso regalo de su hija Ana y de su nieto Álvaro que en todo momento, y hasta última hora, estuvieron pendientes de él y que fueron su motivo de orgullo. En nuestra ciudad siempre tuvo a su familia de cofrades de la Oración en el Huerto. Entre nosotros siempre estuvo en su casa, porque se desvivió por su cofradía y la hermandad se lo supo reconocer a tiempo, en un hermoso acto, celebrado en la iglesia de San Pablo, el día de San José del año 2012. Ha partido cargado de amor y de afecto, del cariño de todos los que lo conocimos, porque pasó por aquí tal como era, sin ningún doble fondo y haciendo el bien.
Él siempre fue consciente de la gravedad de su enfermedad, pero jamás quiso utilizarla para hacernos sentir lástima o para que nos compadeciésemos. Se fue despidiendo de nosotros poco a poco, en cada misa, en cada procesión, en cada acto, en cada reunión, en cada junta, en cada comida y en cada caseta. Sus gestos, sus leves insinuaciones y su resignación cristiana nos fueron informando, en cada momento, de cuál era su estado. Nunca se quejó, nunca fue de víctima porque supo aceptar aquello que le había tocado en suerte. Fue todo un ejemplo para nosotros.
El próximo Jueves Santo vendrá también junto a mí, como desde hace años vienen Miguel Muñoz, Pepe Mendoza, José María Ruiz, Luis Martínez y tantos y tantos otros que llevaron a su hermandad en lo más profundo del corazón. Ellos velarán por nosotros desde los olivares del eterno Gethsemaní del Cielo, mientras permanecen vivos en nuestra memoria, como ejemplos de cofrades comprometidos y de personas honestas.
Nos vemos en Gethsemaní, Juanito.
Comentarios
"Pavero", espero que llegues a tiempo, para el ensayo. Sabes que estarás en buena compañía, con nuestro querido Miguel Muñoz.
Te daré unos consejos, ahora que has emprendido el largo viaje. Espero que les hagas el mismo caso, que yo a los tuyos, jejeje:
No te creas, si te dice Miguel, que ya sabe tocar la "Llave de Tecla" .
Tú siempre serás mejor redoblante que él, no te dejes engañar.
Que no te "Toreen" en el descanso del ensayo.
Procura, que los "nuevos", no chupen de la botella de vino, en el "De aquí no paso".
Míralo desde el lado positivo: Vas a conocer a las tías buenas, que llevaban en el maletero del coche, Navarro y El Chato.
Mi más sentido pésame a los tres amores de su vida: Ana Mari, Álvaro y a todos los hermanos de la Oración del Huerto.
Hasta siempre, Juan Pedrosa, EL JEFE DE BANDA, con mayúsculas.
Eugenio, enhorabuena por la dedicatoria a Juanito. Qué te voy a contar, que tú no sepas.
Solo queda disfrutar de sus recuerdos.